Inaugurazione dell’Pontificio Instituto Juan Pablo II Madrid

Eminencias,
Excelencias,
señores profesores,
distinguidos invitados,
queridos amigos:

Me siento honrado y feliz de poder participar en la apertura de la sede de Madrid del Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia. Podemos considerar la erección de esta sede el primer fruto maduro de la reforma del Instituto querida por el Papa Francisco. Y junto a ustedes me gustaría enviarle en primer lugar mi agradecimiento por lo que ha hecho por el Instituto. Le aseguramos nuestra fidelidad y nuestra oración para que el Señor le apoye en su ministerio de guiar la Iglesia. Permítanme, pues, dar las gracias al Cardenal Carlos Osoro Sierra, Arzobispo de Madrid, que ha deseado fervientemente esta institución. Y expreso mi gratitud a la Conferencia Episcopal Española que ha acogido positivamente esta nueva institución académica cuyo dictamen favorable es condición necesaria –según los nuevos estatutos– para su erección. Dirijo también un saludo agradecido al cardenal Giuseppe Versaldi por su presencia y su diligencia en el seguimiento del itinerario para la aprobación de esta sede. Doy las gracias especialmente a las distintas instituciones universitarias que hacen posible este Instituto académico; a las universidades de Comillas, San Dámaso y Murcia… y al Decano, el profesor Manuel Arroba Conde. Y dirijo un agradecimiento especial, también en nombre del Presidente mons. Pierangelo Sequeri, a todos ustedes, profesores, estudiantes e invitados que participan en esta sesión inaugural.

Esta sede del Instituto –gracias al nuevo enfoque deseado por el Papa Francisco y que ya se ha puesto en marcha en la sede central de Roma– se presenta como un lugar único en el panorama de las instituciones académicas que tienen como objetivo específico las cuestiones relacionadas con el Matrimonio y la Familia. Me tomo la libertad, en esta sesión inaugural, de ofrecer al menos algunas reflexiones para mostrar su peculiaridad. No niego que hay una pizca de ambición en este proyecto. Pero con la humilde conciencia de que el Espíritu llama también a las academias eclesiásticas a renovarse profundamente, para estar a la altura de un altísimo “desafío cultural y espiritual” en el que se tiene en cuenta también el esfuerzo de los “largos procesos de regeneración” (Veritatis gaudium, 6). Sin embargo, creo que esa pizca de ambición, purificada de todo espíritu de presunción y disputa, puede convertirse en la levadura y la sal de una alegre diaconía de fe.

Un nuevo Instituto teológico para las ciencias del matrimonio y de la familia

Con el nuevo Instituto Teológico Pontificio, el Papa Francisco no tenía la intención de suprimir el instituto anterior querido por su predecesor, San Juan Pablo II. Más bien pensó en acoger plenamente la intuición de Woitjla y relanzarla con mayor amplitud de horizontes y compromiso. Se trata, por tanto, de un crecimiento en continuidad, como nos dijo el Papa Francisco cuando Él mismo inauguró el año académico 2016: “La previsora intuición de mi venerado Predecesor, el santo papa Juan Pablo II, que tanto quiso esta institución académica, puede ser aún mejor reconocida y apreciada en su fecundidad y su actualidad. Su sabio discernimiento de los “signos de los tiempos” ha devuelto vigorosamente a la atención de la Iglesia, y de la misma sociedad humana, la profundidad y la delicadeza de los lazos que se generan a partir de la alianza conyugal del hombre y la mujer. El desarrollo que el Instituto ha tenido en los cinco continentes confirma la validez y el sentido más bello de la forma “católica” de su programa. La vitalidad de este proyecto, que ha generado una institución de tan alto nivel, fomenta el desarrollo de nuevas iniciativas de diálogo e intercambio con todas las instituciones académicas, incluidas las que pertenecen a diferentes fes y culturas, que hoy en día se comprometen a reflexionar sobre esta delicada frontera del ser humano”. Por lo tanto, la custodia de esta herencia y su inspiración es indiscutible. Nos sentimos comprometidos a honrarla no enterrándola en nuestro jardín, como hizo el siervo temeroso y perezoso de la parábola evangélica, sino difundiéndola para el bien de la Iglesia y de la sociedad.

En este sentido, se puede decir ciertamente que preservar la energía del principio significa para nosotros tener una nueva creatividad, a la altura de los desafíos que la historia nos presenta. Este es el significado de las palabras del Papa Francisco cuando nos exhortó a ser audaces en nuestra reflexión teológica en relación con la vocación específica de nuestro Instituto: “La incertidumbre y la desorientación sobre los temas que afectan a nuestros más sagrados y queridos afectos en lo más profundo, cuando falta el apoyo de un discernimiento fiable –¡podríamos decir que lo vemos todos los días! – generan oposiciones destructivas y efectos de rigidez ideológica en toda la sociedad. El testimonio de la profunda humanidad y de la simple belleza del ideal cristiano del matrimonio y de la familia debe, por tanto, inspirarnos aún más profundamente. La Iglesia dispensa el amor de Dios por la familia, la familia construye la Iglesia en vista de su misión de amor por todas las familias del mundo […] La caridad de la Iglesia nos compromete, pues, a desarrollar, en el plano doctrinal y pastoral, nuestra capacidad de hacer inteligible, para nuestro tiempo, la verdad y la belleza del plan creador de Dios. En este plan, como se desprende claramente de la revelación del libro del Génesis, la alianza del hombre y la mujer es el principio activo del buen progreso de toda la historia del mundo”. Este aspecto más general de la alianza del hombre y la mujer, sellada en el matrimonio, pero que debe realizarse de muchas maneras en el ámbito de la vida social y sus instituciones (política, economía, cultura, trabajo), es muy actual hoy. En resumen, hoy en día es imposible ofrecer el servicio de una investigación y una formación de alto nivel sobre los temas del matrimonio y la familia sin prepararse para afrontar la amplitud de temas que plantea el cambio de la condición humana del hombre y la mujer.

Inteligencia de la fe e inteligencia de la realidad

Es importante que entendamos la gracia, el kairòs, de este tiempo de la Iglesia. El Papa Francisco ha ilustrado en varias ocasiones los aspectos del nuevo fervor pastoral y misionero de la fe que considera relevantes para la elaboración del pensamiento teológico. Desde la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, que representa el manifiesto de su pontificado, afirma que el servicio de los teólogos es «parte de la misión salvífica de la Iglesia. Pero es necesario que, para tal propósito, lleven en el corazón la finalidad evangelizadora de la Iglesia y también de la teología, y no se contenten con una teología de escritorio» (EG, 133). Por eso la noción de misericordia, el corazón de la revelación de Dios en Jesucristo, es central. A los profesores de la Pontificia Universidad Católica Argentina les escribió: «Les animo a que estudien cómo, en las diferentes disciplinas –dogmática, moral, espiritualidad, derecho, etc.– se puede reflejar la centralidad de la misericordia». La teología, de hecho, debe ser «expresión de una Iglesia que es “hospital de campo”, que vive su misión de salvación y curación en el mundo […] Sin misericordia, nuestra teología, nuestro derecho, nuestra pastoral, corren el riesgo de caer en la mezquindad burocrática o en la ideología, que por su propia naturaleza quiere domesticar el misterio. Comprender la teología es comprender a Dios, que es Amor». Y añadía que la misericordia así entendida no constituye «un sustituto de la verdad y la justicia, sino que es una condición para poder encontrarlas».

Por eso la teología no debe separarse de la pastoral o, peor aún, oponerse a ella. Es fundamental, por tanto, el contacto con la experiencia en la que los fieles están inmersos en su existencia cotidiana. De ello se derivan dos exigencias: por un lado, es necesario conocer las situaciones concretas en las que las personas pasan su vida, especialmente aquellas que se encuentran en diversas formas de periferia y, por tanto, de vulnerabilidad; por otro lado, es necesario saber comunicarse de manera comprensible con hombres y mujeres de culturas diferentes, en los distintos lugares y tiempos. Por lo tanto, es esencial ir más allá del perímetro del «escritorio» para avanzar hacia las fronteras; hacer uso no solo de la experiencia personal, aunque indispensable, sino también de los resultados de las ciencias que estudian sistemáticamente las dinámicas experimentadas, sociales y económicas, en las que están involucrados nuestros contemporáneos; forjar nuevos lenguajes que nos permitan interactuar con las diferentes culturas.

Esta línea ya ha sido tomada por Papas anteriores. Basta una mirada rápida a los títulos de sus intervenciones magisteriales: desde Pío XI, que escribió Miserentissimus Redemptor (1928), y después Juan XXIII, que exhortaba a la Iglesia a dar prioridad a la «medicina de la misericordia más que la de la severidad» (Discurso en la solemne apertura del Concilio, 11 de octubre de 1962), y la encíclica Dives in misericordia de san Juan Pablo II, hasta las de Benedicto XVI, Deus caritas est y Caritas in veritate. El Papa Francisco, en su discurso a la facultad de teología de Nápoles, reiteró: «En primer lugar, es necesario partir del Evangelio de la misericordia, del anuncio hecho por Jesús mismo y de los contextos originarios de la evangelización.  La teología nace en medio de seres humanos concretos, a los que encuentra con la mirada y el corazón de Dios, que va en su búsqueda con amor misericordioso. Hacer teología es también un acto de misericordia» (Francisco, Discurso a la Pontificia Facultad Teológica de la Italia meridional, 21 de junio de 2019).

En la inspiración de nuestro Instituto Teológico –y más aún considerando el objeto específico de su misión académica– somos muy conscientes de la indispensabilidad de que la teología y la pastoral estén estrechamente unidas. Es tan impensable una doctrina teológica que no se deja guiar y modelar por la finalidad evangelizadora y la atención pastoral de la Iglesia como una pastoral de la Iglesia que no sabe atesorar la revelación y su tradición con vistas a una mejor comprensión y transmisión de la fe. La inteligencia de la fe y la inteligencia de la realidad viven en plena simbiosis, o no viven en absoluto. En este sentido, la teología no se aleja en ningún modo de la aptitud de su búsqueda para iluminar la realidad: la que se abrió con la revelación recibida en la fe, que culmina en la realidad de Jesucristo, y la que se desveló en el dinamismo creatural del mundo habitado y de la historia humana, que en el acontecimiento de Jesucristo reconoce su arraigo en la intimidad del amor de Dios y la promesa de su redención cumplida en el seno de Dios.

La íntima unión de la fe y de la realidad es el eje fundamental de la disposición al diálogo y del discernimiento crítico con el cual la teología se mueve dentro de las distintas formas del saber humano sobre la realidad y el sentido de las cosas y de la vida. Esta orientación, perseguida de forma sincera y transparente, honra la cualidad no ideológica y autorreferencial de la práctica teológica, a la vez que la hace libre de seguir siendo rigurosamente coherente con el testimonio de la verdad a la que se compromete por su fe. “Las escuelas de teología se renuevan con la práctica del discernimiento y con un modo dialógico de proceder, capaz de crear un correspondiente clima espiritual y de práctica intelectual. […] Un diálogo capaz de integrar el criterio vivo de la Pascua de Jesús con el movimiento de la analogía, que lee –en la realidad, en la creación y en la historia– nexos, signos y referencias teologales” (Francisco, Discurso a la Facultad teológica de Nápoles, 21 de junio de 2019).

 La teología en el centro

En este horizonte se ha reestructurado todo el marco del plan de estudios de la Sede central de Roma, que refluye en las distintas sedes del mundo, empezando por esta de Madrid. En la nueva propuesta se esboza una doble y valiosa ampliación de las formaciones fundamentales para la consecución de los títulos, realizada también a través de la optimización de las disciplinas de dirección. Hay un enfoque inicial teológico-pastoral y un enfoque antropológico-cultural. El primer polo se ha enriquecido significativamente dando mayor centralidad a la dimensión teológica, a partir de la teología de la forma cristiana de la fe, la eclesiología de la comunidad y la misión evangélica, la antropología del amor humano y teologal, la ética teológica global de la vida, la espiritualidad y la transmisión de la fe en la ciudad secular. El segundo, en concreto, se remodela en relación con las urgencias de actualización de la confrontación y del diálogo del pensamiento y de la cultura cristiana en los ámbitos del derecho comparado (religioso y civil), de la sociología de las transformaciones económicas, políticas y tecnológicas de la comunidad, del papel de las instituciones familiares en la formación del ser humano y en la articulación de los cuerpos intermedios destinados a la integración ética y afectiva del vínculo social.

Los dos polos están diseñados para contribuir a su plena armonización en el ámbito de una investigación y de una formación cristiana unitaria y de alto nivel. Al mismo tiempo, su organización debe permitir realizar currículos de especialización orientados a un título de competencia especializada en las dos diferentes áreas, con un adecuado reconocimiento académico y la posibilidad de una inversión específica en el ámbito de las instituciones eclesiásticas y civiles de los distintos países. En este sentido, la planificación del Instituto incluye también una oferta razonada de cursos complementarios. De este modo, el Instituto, al tiempo que honra las razones profundas y siempre válidas de la tradición fundacional que le precedió, quiere situarse aún más decididamente a la altura del nuevo alcance global que asumen las cuestiones relativas al Matrimonio y a la Familia. El Instituto tiene la intención de hacerlo, no solo confirmando –e incluso incrementando, en cantidad y calidad– los instrumentos de su proyección internacional, de los cuales –repito con un humilde orgullo– esta nueva sede en Madrid es la primera realización ejemplar. Además, consideramos importante que el Instituto tenga una capacidad de comunicación –teológica, cultural, académica– con un alcance global: tanto por medio del fortalecimiento adicional del profesorado, que pueda enriquecer una comunidad de investigación a la cual ha sido encomendada la misión de interactuar, con espíritu de cooperación y sin subordinación, con los horizontes más amplios y las fuerzas intelectuales más vivas; como por medio de la creación de itinerarios de formación dedicados y diferenciados, con vistas a la mejor valoración de las actitudes y de las distintas destinaciones de los alumnos, en el ámbito de las iglesias locales y con vistas a la misión eclesial universal.

Nuestro deseo es que nos merezcamos, también de este modo, la confianza de los Pastores de las Iglesias, para apoyar su servicio para la comunidad de fe, en un ámbito tan delicado y estratégico para la comunicación de la fe católica y la interpretación de la realidad humana. Nuestro compromiso, al fin y al cabo, pretende honrar de la mejor manera nuestra especial prerrogativa de Instituto teológico “pontificio”: es decir, estrictamente vinculado al ministerio supremo y universal del sucesor de Pedro. La confianza que el Papa Francisco nos ha concedido, y que renueva de muchas maneras, es motivo de honor, ciertamente no secundario, para nuestro compromiso de servicio fiel a una Iglesia animada con autoridad a salir de cualquier pávida autorreferencialidad, para dar testimonio de una verdad evangélica que se da con alegría. Estamos convencidos, con toda la humildad y con la firme seguridad que la fe nos proporciona, de que el Espíritu tiene reservados tesoros de sabiduría para la misión de los discípulos destinada precisamente a nuestro tiempo.

Un Instituto llamado a la investigación

Permítanme, por último, hacer algunas aclaraciones sobre el desarrollo y la armonización de los dos aspectos fundamentales, que son a la vez distintos y están conectados en el ámbito del proyecto de un Instituto de estudio y formación a nivel universitario, como lo es el nuestro.

El primer aspecto es un aumento sustancial de la investigación, destinada a la creación de un valor añadido para el conocimiento de la fe. Desarrollar la investigación, para un Instituto de estudios superiores, significa producir un conocimiento de calidad también en la frontera de las nuevas cuestiones y de los nuevos temas que poco a poco se van imponiendo a la atención del conocimiento de la realidad: y, por lo tanto, requieren el desarrollo de un conocimiento y de un pensamiento capaces de atenderlos y formarlos de manera creativa, ordenada y comunicable. Un ámbito que sin duda requiere una nueva reflexión teológica concierne, de manera directa, a una reflexión teológica sobre la familia. Se ha reflexionado mucho sobre la pareja y han sido numerosos los estudios sobre el matrimonio – entendido en su realización de pareja- sobre todo bajo el aspecto jurídico-canónico, aunque no debemos olvidar que en el Código de Derecho Canónico es prácticamente inexistente la relación entre Derecho y Familia en sus numerosos aspectos. Y espero que se profundice en esta dimensión precisamente aquí, en Madrid. Y todavía más rara es una verdadera teología de la Familia, excepto algunas rarísimas excepciones. Es indispensable una teología del matrimonio más exhaustiva, a partir de las primeras páginas del Génesis. Debe comprenderse, en toda su fuerza, la decisión de Dios de encomendar a la alianza del hombre y de la mujer tanto la “tierra” (para que se convierta en su “hábitat”), como la responsabilidad de las generaciones (es decir, de los vínculos que hacen la historia humana). Las primeras páginas del Génesis nos dicen que la historia del mundo, y la historia de su salvación, se nutren de esta alianza de Dios con el hombre y la mujer. Allí donde esta es activa y fecunda, el humanismo crece y la promesa custodiada por la fe es apoyada y honrada. Allí donde esa alianza se rompe, el humanismo se detiene, y la promesa de la fe es mortificada.

Obviamente se logra comprender, incluso solo a partir de esta breve introducción, la urgencia de cultivar una atención particular a la identificación y a la formación de sujetos que reúnen las cualidades necesarias para ser candidatos, a su vez, para continuar en el servicio de esta inteligencia, en el ámbito de las distintas instituciones académicas eclesiásticas, pero no exclusivamente. Significa, por tanto, fomentar y al mismo tiempo animar el trabajo de los docentes en esta dirección y con este objetivo. La continuidad institucional y el valor añadido de un Instituto como el nuestro dependen estrechamente de la vitalidad de este perfil: debe convertirse en un motivo de compromiso y representar un motivo de atracción y apreciación, capaz de merecer la gratitud de la Iglesia y el respeto de la propia comunidad civil. Realmente existen territorios que esperan ser explorados por una inteligencia creyente generosa y no temerosa, sobre los que hemos acumulado extrañezas y retrasos que deben ser colmados rápidamente. Necesitamos una teología lo suficientemente fiel y culta para llevar a cabo esta tarea con destreza y sin fatiga.

La vitalidad de la investigación es la sal de la didáctica, para una institución académica: si la elaboración teórica es repetitiva y autorreferencial, la enseñanza pronto dejará de ser nutritiva y atractiva, como debe ser.

El segundo aspecto importante, sobre el que nos proponemos merecer un aprecio aún mayor por parte de las comunidades cristianas, es precisamente la calidad de la didáctica, que debe asegurar, en todo caso, una sólida formación de la competencia que requiere la especialización ofrecida. No solo, por lo tanto, para aquellos que tienen dones y posibilidades concretas para continuar su inserción profesional dentro de un verdadero magisterio académico. Sino también para aquellos que son enviados para la adquisición de títulos de competencia especializada destinados a diferentes formas de inversión y servicio a favor de la comunidad. La enseñanza en la escuela obligatoria y en los itinerarios educativos, la colaboración diocesana y parroquial, la actualización del ministerio pastoral y del carisma religioso, la animación de grupos y redes de espiritualidad familiar, la gestión de proyectos formativos locales y de másteres de posgrado, son objetivos que el Instituto tiene muy en cuenta como posibles destinos de la formación especializada que caracteriza su oferta formativa. En este sentido, el Instituto no solo se considera comprometido a tener en cuenta la importancia de una formación sensible al destino no necesariamente académico de los títulos de competencia adquirida. Sino que tiene la intención de permanecer abierto a la modulación de cursos complementarios dedicados específicamente al apoyo de colaboradores pastorales de nivel adecuado: ya sea directamente, proponiendo módulos específicos de actualización o de formación complementaria, o indirectamente, a través de sinergias apropiadas con instituciones locales –diocesanas, religiosas y también civiles– a las que ofrecer cooperación y apoyo cualificado.

En la lógica internacional y “católica” del Instituto, tal como deseaba el Papa Francisco, miramos con confiada esperanza la posibilidad de crear –según las posibilidades y, si es necesario, con la gradualidad necesaria– verdaderas secciones descentralizadas del propio Instituto. Asentamientos capaces de respaldar, con recursos y compromiso adecuados, una verdadera y propia presencia del Instituto Teológico Juan Pablo II, en sinergia con las Iglesias locales y nacionales, con la autonomía y la armonía necesarias para multiplicar la vitalidad de nuestra Institución en su ámbito eclesial y cultural. Es el acontecimiento que tenemos la satisfacción y la alegría de celebrar ahora, en Madrid, gracias a la generosidad y el compromiso de esta Iglesia. Esta primera irradiación del nuevo horizonte del Instituto es como una bendición para nosotros: un acto inaugural que nos abre un futuro prometedor para nuevas siembras. Que Dios nos bendiga. Y gracias por haber abierto su campo a esta semilla.