Vincenzo Paglia llama a comprender el significado de la vida

De poco sirve conocer al mínimo detalle cada aspecto de los organismos vivos sin entender el significado mismo de la vida y la existencia humana, afirmó monseñor Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida.

RELACIONADO: Comienza la 24 Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida

Al participar en la inauguración de la 24 Asamblea General, puntualizó a los participantes que ninguna vida, comenzando por la de los más pobres e indefensos, “puede perderse, descartarse o desperdiciarse”.

Este es el mensaje de monseñor Vincenzo Paglia, difundido por la sala de prensa de la Santa Sede.

Los meses transcurridos entre la Asamblea de 2017 y la que hoy inauguramos han sido particularmente densos para nosotros y para toda la Academia.

Se nos ha otorgado una gran y entusiasta responsabilidad que exige nuestro compromiso activo de mujeres y hombres de ciencia, cultura, de Iglesia. La especificación de ser “para la vida” nos pone al servicio de las vidas de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo y ninguna de estas vidas, comenzando con las de los más pobres e indefensos, puede perderse, descartarse, desperdiciarse.

Para que este servicio sea efectivo y concreto, debemos medirnos con temas que exigen una comprensión científica profunda y una gran sabiduría de lo humano: de poco sirve conocer al mínimo detalle cada aspecto de los organismos vivos sin entender el significado mismo de la vida y la existencia humana.

En los últimos meses, la Academia ha puesto el acento en algunos de estos temas serios y urgentes, como la influencia de la tecnología en las diferentes edades de las vidas de las … así como las complejos y a menudo dolorosas cuestiones relacionados con los momentos finales de la existencia humana, las fronteras de la genética, de las neurociencias, de las inteligencias artificiales y de la robótica.

La estrecha e ineludible conexión entre las cuestiones de la ética de la vida humana y el contexto social y económico diseñado por una globalización prometedora y aparentemente ingobernable, es el horizonte que se explorará en el taller de hoy y de mañana. La lista, aunque larga, abarca sólo una parte de los grandes problemas que tenemos ante nosotros y con los que debemos confrontarnos.

Nuestra Academia, a través del trabajo de cada uno y el servicio de todos, debe ofrecer una reubicación de la cuestión de la vida de los hombres capaz, si no de dibujar el sentido general, al menos de conseguir que brote de nuevo la pregunta, que emerja la cuestión humana que cada habitante de esta tierra, con su vida concreta, plantea inexorablemente. Se lo debemos a todos, a nadie excluido, y sobre todo a aquellos que viven desfigurados por la enfermedad, la pobreza, la injusticia insoportable.

El Papa nos ha recordado esta responsabilidad en el horizonte de la misión más amplia de la Iglesia para que la Buena Nueva de esa Vida “que es la luz de los hombres y que las tinieblas no han vencido” (cf Jn 1,4-5), llegue a todas partes del mundo. El Papa Francisco, a quien escuchamos esta mañana, ha subrayado repetidamente que el anuncio evangélico es estéril cuando se limita a una fría proposición de la doctrina:

No hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable. Se transmite de formas tan diversas que sería imposible describirlas o catalogarlas, donde el Pueblo de Dios, con sus innumerables gestos y signos, es sujeto colectivo.

Por consiguiente, si el Evangelio se ha encarnado en una cultura ya no se comunica sólo a través del anuncio persona a persona. Esto debe hacernos pensar que, en aquellos países donde el cristianismo es minoría, además de alentar a cada bautizado a anunciar el Evangelio, las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al menos incipientes, de inculturación.

Lo que debe procurarse, en definitiva, es que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura. Aunque estos procesos son siempre lentos, a veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia. “(EG 129).

Nuestra Pontificia Academia está llamada a ser uno de esos lugares donde el diálogo con la ciencia y las culturas contemporáneas debe producir frutos preciosos. Retomando la parábola evangélica de los talentos, me gustaría que nuestra Academia se pareciera a los talentos que el Papa nos ha confiado para que podamos sacarles provecho, para que podemos multiplicarlos.

Y el camino es “habitar” las culturas contemporáneas, confrontarnos con todos, frecuentar los ambientes de la ciencia y del saber. No podemos ser como el siervo que entierra el talento, por miedo, por pereza, por indiferencia. Sería grave. No hablo solamente de los talentos que se nos han confiado a cada uno de nosotros. Aquí me refiero a ese talento único que es nuestra Academia, con todos sus miembros, ordinarios, corresponsales y jóvenes investigadores, pertenecientes a la Iglesia Católica y a otras confesiones cristianas, a otras religiones y no creyentes. Todos unidos en mover ese talento que es nuestra Academia para que la Vida sea protegida, defendida y promovida, en todas partes.

Los grandes temas que nos han ocupado en los últimos meses han generado una increíble trama de relaciones y colaboraciones que, debo confesar, al comienzo de mi mandato no me hubiera imaginado tan amplia. En estos pocos meses, la Academia ha colaborado con la World Medical Association y numerosas asociaciones médicas católicas y no católicas, en India, Australia, Estados Unidos, Italia; hemos firmado relaciones formales de colaboración con la Georgetown University en Washington, con la Universidad Católica de Milán, con la UCAM de Murcia, con el Methodist Research Center en Houston, con la Catholic Health Association of India; trabajamos codo con codo con los obispos franceses con motivo de los estados generales sobre la bioética de ese país; nos hemos confrontado con varias ONG acreditadas en las Naciones Unidas.

El diálogo franco y sincero que caracteriza a una Iglesia en salida en cada nivel da frutos sorprendentes.

Por eso hoy quiero daros las gracias a todos. Lo que he tratado de resumir en pocas líneas es el fruto de vuestro trabajo, personal y de tantos colaboradores que están a vuestro lado todos los días: dadles las gracias en mi nombre, en nombre del Papa. También es el resultado del personal de la oficina central de la Academia que ha enfrentado con pasión y diligencia esta nueva temporada laboral, agotadora y emocionante. Un agradecimiento especial a monseñor Renzo Pegoraro, nuestro canciller, recientemente reconfirmado en el cargo para los próximos cinco años.

Gracias.

(CONTEXTOS DE LA PALABRA)